Heridas profundas

Isla_Victoria_Lago_Nahuel_Huapi_(2408)

El paisaje devolvía el espejado lago, duplicando las montañas de cumbres nevadas apuntando al resplandor anaranjado y rojo del cielo vespertino.

El viento dejaba de ser templado para, con las primeras sombras, pasar a bajar varios grados la sensación térmica al entrar en contacto con la piel de la pareja que miraba esa postal.

Él tenía un nudo en la garganta. Ella lloraba, pero no se entendía su llanto. ¿Dolor o alegría? ¿Desesperanza o felicidad? Solamente mirando aquellas acciones siguientes se podría llegar a inferir algo.

Él la tomó de la mano izquierda con la propia y con el brazo derecho la envolvió como si con eso pudiese atemperar el llanto, o disminuir el frío que ella empezaba a sentir. O ambas.

El cielo, en ese momento ya totalmente púrpura, dejaba ver las primeras estrellas que, sutilmente, se iban encendiendo a medida que iba desapareciendo el rojo en el horizonte.

–Me retracto –dijo él– lo dije en caliente, no pensaba bien en lo que decía, solamente exploté.

Okay –recibió como respuesta, y nada más que eso.

El frío empezó a hacerse sentir, enrojeciendo la nariz de ambos, mientras a sus espaldas, las luces exteriores de la cabaña se encendían como si fueran, también, estrellas como las que tenían sobre sus cabezas.

Estaban con ropa abrigada pero ligera, no como para andar a la intemperie de noche, así que necesitaban cerrar el tema antes de que la temperatura terminara de bajar, pero ella estaba dolida, verdaderamente dolida, en el fondo de su corazón. A pesar de todo no lo había esperado jamás de él. Y con su «Okay» había dejado claro que no estaba todo Okay. Y él lo sabía.

Pero él no había mentido: en verdad había explotado de repente, solamente liberando la tensión que había acumulado en los últimos tres días, cuatro, contando ese mismo. Y se lo había dicho en la cara, con ojos desencajados y con gotitas de saliva brotando de la comisura de sus labios para acentuar aquello –involuntariamente esto último, claro– pero, ¿Qué iba a hacer ahora? ¿Pedir disculpas, si ya se retractó? Es más, no podía entender cómo podía ser que por esa reacción ahora tuviera que estar allí y no donde realmente quería estar. Él, Hans, para nada debería pedir disculpas por aquello.

–María –dijo– te juro que si pudiera retroceder el tiempo no lo hubiera dicho, o al menos así de esa forma.

Okay –volvió a decir María, y Hans realmente odió el momento en que, tras el pitazo final gritó, tomándose los testículos: “¡Alemania campeón del mundo, carajo! Vos y toda Bariloche, ¡¡a comerla!!”

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