Un café memorable

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El sol poniéndose podía adivinarse tras los edificios de la contraesquina. En la mesa del café, sobre la vereda, dos almas amantes se contaban mutuamente los acontecimientos del día que se iba. Los faros coloniales dispuestos cada veinte metros empezaron a encenderse, dándole el toque romántico a Calle Palma, a esta hora semidesierta y con muy pocos vehículos circulando. La suave brisa, venida desde la Plaza Uruguaya, dibujaba formas diversas, contorneadas, con el humillo que se elevaba desde sendas tazas de café, uno negro, el otro cortado.

Acompañaba, además, el clima templado de un septiembre que no terminaba de dar paso a la lluviosa primavera paraguaya. Un septiembre que parecía embelesado por el inicio de una nueva relación amorosa, floreciente y benigna para nuestros personajes, que ahora se toman delicadamente de las manos, mirándose a los ojos y sonriendo, como posando para un invisible fotógrafo.

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